César Ormazabal Pagliotti
Ingeniero Forestal, Universidad de Chile, Master of Environmental Studies, Yale University
Presidente Regional Valparaíso Colegio de Ingenieros Forestales de Chile
A nivel mundial existe consenso sobre la importancia de los bosques para enfrentar el cambio climático. Mediante la captura y el almacenamiento del carbono representan una estrategia basada en la naturaleza que permite reducir la concentración del carbono atmosférico. Sin embargo, los bosques también se ven afectados por el calentamiento global, principalmente debido al incremento del número y la severidad de los incendios forestales, pero también por las alteraciones en el régimen de precipitaciones que afectan con distinta intensidad a distintas partes del mundo. Esto último es lo que ocurre en nuestro país con el bosque esclerofilo. Este tipo de bosques ha sido el más afectado por la extensa sequía que afecta a la zona central de Chile, manifestándose en mortalidad masiva y ausencia de regeneración. Por lo mismo, es urgente diseñar estrategias que permitan aminorar los impactos que se observan en este valioso componente de nuestro bosque nativo.
El bosque esclerófilo es propio de los territorios de clima mediterráneo de Chile central. El clima mediterráneo existe también en las zonas cercanas al mar Mediterráneo (de ahí su nombre), en el sur de África, en el sur y oeste de Australia y en California. Estas zonas de clima mediterráneo son conocidas científicamente por su alta riqueza de especies y sus altos niveles de endemismo (exclusividad respecto a un territorio). Las cinco zonas de clima mediterráneo ocupan apenas el 5% de la superficie terrestre, pero constituyen el hábitat del 20% de la flora vascular mundial (Cowling et al. 1996). Es por lo que son considerados como centros mundiales de diversidad florística (Davis et al. 1997),conocidos en inglés como “hotspots” para la conservación de la biota.
En Chile el clima mediterráneo se extiende aproximadamente desde el sur de la península de Mejillones, por la costa, hasta las partes bajas de la cordillera de Nahuelbuta, en la Región del Biobío. Sin embargo, no en toda la zona con clima mediterráneo crecen bosques. El tipo forestal definido como esclerofilo se distribuye desde la cuenca del río Limarí hasta la cuenca del río Malleco por la cordillera de la Costa. Esta zona mediterránea recibe precipitaciones en los meses de invierno (junio, julio y agosto) y presenta un período de sequía entre octubre a abril, e incluso algunos años también en mayo y septiembre.
Hasta antes de 1997 cubría una superficie de 345.089 hectáreas (Conaf/Conama, 1997), pero no se tienen datos actualizados que incorporen la reducción de la superficie debido al cambio de uso del suelo y a la mortalidad por la sequía prolongada y las temperaturas extremadamente altas.
La exclusividad del bosque esclerófilo chileno
Esclerofilo proviene del griego sklērós “duro” y phýllon que significa “hoja”. Es un tipo de vegetación cuyas especies están adaptadas a largos periodos de sequía y calor, gracias a sus hojas duras, anchas y persistentes, recubiertas por una capa de cera, llamada cutícula, que ayuda a evitar que se escape la humedad por la evotranspiración. El bosque esclerófilo en Chile está formado por especies como Quillaja saponaria (quillay), Maytenus boaria (maitén), Peumus boldus (boldo), Lithrea caustica (litre), Cryptocarya alba (peumo), Kageneckia oblonga (bollén) entre otras. En el caso del bosque esclerofilo de la zona central de Chile, conocemos las especies, pero no sabemos cuáles son las poblaciones, ni dónde están, ni si son más o menos heterocigotas, etc. Eso es clave porque las poblaciones pequeñas tienen menor diversidad genética, por las cruzas entre individuos emparentados (endogamia), lo que a su vez lleva a la reducción de su capacidad adaptativa (fitness). Las poblaciones fragmentadas tienen problemas de flujo genético, elemento clave en conservación (Magni, 2007).
El bosque esclerofilo de Chile es un tipo de ecosistema endémico y por estar constituido en su gran mayoría por especies de árboles también endémicos de Chile tales como Peumus boldus (boldo), Lithrea caustica (litre), Cryptocarya alba (peumo) y Kageneckia oblonga (bollén). Las mayores ciudades de Chile se ubican en el contexto de la distribución natural del bosque esclerofilo, así como también la mayor cantidad de la infraestructura productiva y actividades agrícolas, que ya desde tiempos de la Colonia (años 1600 a 1800) han cambiado el paisaje natural.
Los bosques y matorrales esclerofilos de esta zona han sido sometidos a una larga historia de explotación y modificación humana (Balduzzi et al. 1982; Fuentes et al. 1984). A consecuencia de ello, a nivel general, los ecosistemas de Chile Central se han visto afectados profundamente debido al cambio en el uso del suelo. Estos cambios han sido para: agricultura, creación de praderas ganaderas, urbanización, minería, creación de embalses y tranques, plantaciones frutales y forestales. Además, factores adversos como los incendios forestales y el cambio climático han contribuido a estos cambios en el uso del suelo, poniéndolos en serio riesgo de colapso. El remanente de bosque esclerofilo está muy fragmentado y confinado a las quebradas más abruptas de los cerros de ambas cordilleras (Conaf Conama- Birf 1997).
Producto de la fuerte explotación, los bosques esclerofilos han perdido continuidad territorial y muchos se han transformado en matorrales, al punto que la escuela clásica de ecología en Chile, de inspiración anglosajona, durante años evitó el uso de “bosque” para ellos, definiéndolos por su traducción del inglés como “matorral esclerofilo”. Fue recién en 1981 cuando fue considerado como un tipo forestal, al mismo nivel que los otros once tipos forestales donde predominan las coníferas, las especies de Nothofagus y el bosque siempreverde o selva valdiviana (Donoso, 1981).
Bosque esclerófilo en las áreas protegidas
Cuando se inició la creación de áreas protegidas en Chile en 1907 se privilegió la protección de paisajes sobresalientes, con volcanes, lagos, cascadas y bosques con árboles de gran tamaño, como los bosques de Araucaria araucana (araucaria), Fitzroya cupressoides (alerce) y la pluviselva lluviosa siempreverde. La ausencia de terrenos fiscales en el contexto de la distribución del bosque esclerofilo contribuyó a que no se crearan áreas estatales con el objetivo primordial de protegerlos.
Entonces, concurren dos factores negativos; el bosque esclerofilo es uno de los ecosistemas que ha sufrido la mayor reducción de superficie en el país y a al mismo tiempo, es uno de los peor representados en el sistema de áreas protegidas de Chile. De acuerdo con el Sistema de Clasificación de la Vegetación Natural de Chile (Gajardo, 1994), en Chile Central encontramos al menos cinco formaciones vegetales mediterráneas no representadas, tales como; el Matorral Espinoso de las Serranías (IV-RM), el Bosque Espinoso Abierto (V-RM), el Matorral Espinoso de la Cordillera de la Costa (RM-VI), el Bosque Esclerófilo Maulino (VII-VIII) y el Bosque Esclerófilo de los Arenales (VII). Adicionalmente es posible identificar al menos otras cinco formaciones con una representación menor al 5% de su superficie total, tales como; el Matorral Espinoso del Secano Costero (V-VI), el Matorral Espinoso del Secano Interior (VI-VIII), el Bosque Esclerófilo Costero (V-VI), el Bosque Esclerófilo Andino (RM-VI) y el Bosque Esclerófilo Montano (VI-VIII) (Luebert y Becerra 1998).
Las pocas áreas protegidas que incluyen formaciones vegetales esclerofilas están distribuidas en una porción reducida de nuestro territorio. En estas áreas protegidas hay solamente porciones con bosque esclerofilo tal como sucede en los parques nacionales La Campana, Río Clarillo, la reserva nacional Río de los Cipreses y la reserva forestal Lago Peñuelas. Estas áreas no protegen más de 15.000 hectáreas y en estas mismas áreas grandes extensiones de bosque esclerofilo se han secado o dañado en forma irreversible debido a la gran sequía que ha habido desde 1999. Al factor climático se suma la eliminación y la degradación del bosque y de los matorrales esclerofilos por acción humana. El cambio climático es un fenómeno natural, que en las décadas recientes ha sido acelerado y profundizado por acciones humanas sobre la atmósfera, los mares y los suelos. Los que vivimos en esta zona y llevamos más años en contacto con este territorio, hemos sido testigos como muchos de los árboles de mayor tamaño se han ido muriendo por la sequía y no han sido reemplazados por árboles jóvenes, ya que las pocas plántulas que alcanzan a germinar no alcanzan a desarrollarse y sobrevivir hasta el siguiente invierno, porque la temporada seca se ha ido extendiendo cada vez más a la primavera y al otoño. Por ello, los ecosistemas que aún tienen bosques y matorrales esclerofilos son de gran valor y por ello sus propietarios tienen también una responsabilidad moral para protegerlos. Lo ideal es que para ello cuenten también con apoyo estatal, si esas medidas de protección les significa reducir o excluir el uso productivo de esos sectores.
¿Qué se puede hacer para reducir el impacto del cambio climático?
Reconociendo que es poco lo que la humanidad podrá hacer en el corto o mediano plazo para detener o modificar la tendencia del cambio climático, la mejor estrategia es aplicar medidas de adaptación. Lo primero que se debe realizar es actualizar la información catastral sobre el bosque y matorral esclerofilo y verificar en terreno su actual extensión, estado de conservación y grado de afectación por el cambio climático. Posteriormente, se deben implementar medidas de protección al nivel de ecosistemas, de especies y a nivel genético.
Al nivel de los ecosistemas es urgente identificar los bosques en mejor estado de conservación, en especial en las regiones del Maule y Biobío, para establecer áreas protegidas en los lugares más sobresalientes.
Adicionalmente se deben implementar medidas de manejo de bosques y matorrales esclerofilos afectados por la sequía, pero con porcentajes elevados de sobrevivencia. Este manejo debe orientarse a rescatar poblaciones o a lo menos ayudar a su supervivencia, reduciendo la densidad de individuos, eliminación de competencia de arbustos a las especies arbóreas o a las más amenazadas.
Al nivel de las especies y al nivel genético cabe pensar en acciones de conservación in situ y ex situ. Entre las medidas in situ está el manejo de la masa leñosa, para favorecer algunas de las especies remanentes y la siembra de semillas o plantación de ejemplares juveniles de las especies de mayor interés, en el caso que las condiciones de humedad disponible en el suelo mejoren en los próximos años.
Entre las medidas ex situ están:
Recolectar material genético (semillas) en los remanentes de bosques y matorrales más nortinos que aún sobreviven. Almacenar una parte en bancos de semillas, para aquellas especies que sea factible y otra parte destinarla a viveros; y
Reforestar con especies propias del bosque esclerofilo en zonas más sureñas, en las que se pronostique que el cambio climático reducirá las precipitaciones y aumentará las temperaturas;
Fomentar la plantación masiva de aquellas especies con mayor interés comercial (por ejemplo, quillay para obtener saponina).
La situación que enfrenta el bosque esclerofilo es inédita dentro del período de tiempo en que tenemos registros del desarrollo de las ciencias forestales y de la aplicación de la silvicultura para la gestión de los bosques. Por lo mismo, debemos (Estado, propietarios privados, organizaciones no gubernamentales ambientalistas y comunitarias, etc.) ser proactivos en implementar medidas que mitiguen el impacto del cambio climático en estas formaciones vegetales que, como ya hemos destacado, son consideradas como centros mundiales de biodiversidad. Los gravísimos impactos que el cambio climático ya ha provocado sobre el bosque esclerófilo de Chile ameritan una acción fuerte y decidida de parte del Estado, ya que la intensidad de los daños hace que no se pueda seguir esperando por largas investigaciones antes de pasar a la acción concreta para salvar lo poco que está quedando. Este valioso patrimonio natural, histórico y cultural no tiene voz ni voto, pero requiere ser puesto dentro de las primeras prioridades dentro de la agencia política y la asignación presupuestaria, para que los organismos estatales con responsabilidad en el tema y las universidades con mayor conocimiento y experiencia en bosque nativo puedan desarrollar los mejores estrategias, planes y programas para salvarlo.
BIBLIOGRAFÍA
Amigo, J. y Ramírez, C. 1998. A bioclimatic classification of Chile: woodland communities in the temperate zone. Plant Ecology 136: 9-26.
Balduzzi, A., R. Tomaselli, I. Serey & R. Villaseñor. 1982. Degradation of the Mediterranean type vegetation in Central Chile. Ecología Mediterránea 8 (1/2): 223-240.
Conaf-Conama-Birf. 1997. Catastro y Evaluación de los recursos vegetacionales nativos de Chile.
Cowling, RM., P. W. Rundel, B.B. Lamont, M.K. Arroyo & M. Arianoutsou. 1996. Plant diversity in Mediterranean-climate regions. Trends in Ecology and Evolution 11(9): 362-366.
Davis, S.D., V.H. Heywood, O. Herrera Macbryde, J. Villa-Lobos & A.C. Hamilton (eds.) 1997. Centres of Plant Diversity: a guide and strategy for their conservation. Vol 3: The Americas. WWF IUCN.
Donoso, C. 1981. Tipos forestales de los bosques nativos de Chile. Santiago, Chile: Proyecto Conaf/Pnud/Fao.
Donoso, C. 1982. Reseña Ecológica de los Bosques Mediterráneos de Chile. En: Bosque (4) 2, 117-146.
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Gajardo, R. 1994. La Vegetación Natural de Chile. Editorial Universitaria, Santiago, Chile.
Luebert, F. y P. Becerra. 1998. Representatividad Vegetacional del Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas del Estado (SNASPE). En Ambiente y Desarrollo 14 (2): 62-69.
Magni, C. 2007. Genética para la Conservación para Bosques de Chile Central: ¿por qué debe ser considerada en la toma de decisiones? Actas del Coloquio “La Conservación del Bosque Esclerófilo en el Paisaje Natural y Cultural de Chile Central pp. 46-48.
Bosque esclerófilo seco en la Región de Valparaíso
Vista general de una formación vegetal afectada por la sequía.